La Guerra por Nuestro Corazón

Después de una noche en vela con una bebé que luchó contra el sueño hasta el amanecer…suena la alarma. Es hora de ir a trabajar. En ese momento comenzó la guerra. La guerra por mis emociones…mi corazón…y mis pensamientos. Al instante me digo a mi misma, «Pobresita yo, cuan difícil lo tengo» y en ese momento perdí una batalla. Al alistarme rápidamente me venían a la mente todas las cosas que seguramente irían mal en mi día. Mi jefa tendría 10 reportes de ultima hora para mi y el café de nueces que tomo todas las mañanas seguramente se acabaría justamente hoy. Con una sonrisa forzada me despido de mi familia y continuo mi día. Y aunque aun no había salido por la puerta, había perdido otra batalla.

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Cada momento y en cada instante hay una lucha por tu corazón. ¿Quien reinara en tus decisiones, en tus reacciones y controle tu interior? ¿Quien será el que se lleve la victoria y dirigirá el curso de tu expedición? Sera el Rey Victorioso o los impostores a nuestro alrededor.

Y sutilmente el cansancio se acerca al trono de tu alma y te promete una empatía sin igual. «Es verdad que estas cansada y no es para menos que reacciones mal.»

Pero rápidamente la auto-justicia te llama a una cima y te asegura que eres mejor que los demás. «Si realmente entendieran el valor de tu vida, te tratarían mejor y no sufrirías tanto pesar»

Y las redes sociales te dicen que no haces suficiente para disfrutar de la vida. «Seguramente si fueras como tu amiga Juana, fuera diferente tu caminar.»

En cada instante y cada momento estamos en una guerra y como reaccionamos a los bombardeos determinará quien ganará. ¿Será que Cristo tomara preeminencia o las mentiras de Satanás?

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Así que no importa como halla comenzado nuestra mañana, tenemos todo lo necesario para triunfar. Tenemos a un Salvador que nos promete la paz. Una paz que solo reina donde el reina y que nada en este mundo puede imitar. Así que cuando la vanidad te dispare al mirarte al espejo y te asegure que habrá gozo en la belleza terrenal, recuerda que estas en una guerra y tu felicidad fue comprada por sangre para que en cada circunstancia pudieras triunfar.

El Mundial y la vida ministerial

A Israel le fascina el deporte. Es una de las cosas que más nos distingue a los dos…cuán deportista es el y cuán anti-deportista soy yo. Aún así, a través de los años he aprendido a tener más apreciación por el mundo del deporte y aún más por la pasión con la cual mi esposo lo disfruta. El mundial es una de esas cosas que he aprendido a apreciar. Aunque no me interese mucho las técnicas requeridas para entrar la pelota en el cajón cuadrado sí me interesan algunos países más que otros y entiendo que el que más goles tenga es el que gana. Este año, el mundial ha traído un nuevo factor de valor a nuestra vida pues hemos podido aprovechar los juegos para compartir con nuestra iglesia e invitar a varios hermanos a casa.

Siempre me ha llamado la atención el versículo donde Pablo le dice a los de Tesalónica, «Teniendo así un gran afecto por vosotros, nos hemos complacido en impartiros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, pues llegasteis a sernos muy amados.» (1 Tesalonicenses 2:8).

Cada vez que leo este pasaje me imagino a Pablo sentado cansado a la luz de alguna fogata compartiendo no sólo doctrina pero un poco de sí mismo con los demás. Algo así ha sido el mundial para nosotros. La vida cristiana no puede ser reducida a la proclamación de la Palabra el domingo y de un corto devocional en la mañana. La vida cristiana cubre cada área de nuestras vidas y puede ser vista en cada esfera. Este año le hemos quitado el enfoque en quien ganará y más a quién podemos amar, animar e alimentar con una invitación a nuestro hogar. Te animo a que hagas lo mismo. Tal vez pueden ser algunos vecinos o alguna familia de la iglesia que siempre se queda fuera de las actividades. Disfruta del deporte pero no dejes de compartir tu vida cristiana con los demás.

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Un Amor Inconveniente

Ya es la tercera vez esta noche. Después de mecer a la pequeña por varios largos minutos intento acostarla en su cama. No me he alejado dos pasos y la escucho llorar. «Este comportamiento no es normal de su parte» es mi mejor intento para justificarla pero la realidad es que mi corazón palpita rápidamente pensando en el mundo de preocupaciones que me esperan afuera de su recámara. Esto es la maternidad. Pero más que la maternidad es la experiencia de amar incondicionalmente a aquellos que nada aportan a nuestra comodidad.

Es una gran inconveniencia amar de forma incondicional. Es una gran inconveniencia responder a esa llamada en la hora más cansada de tu día, de escuchar una y otra vez las quejas de aquellos que poco hacen para mejorar su vida. Es una gran inconveniencia.

Estas preguntas Dios me ha estado trayendo a la mente en estos últimos días. ¿Los amarás como yo te he amado? ¿Les extenderás la misma gracia que yo extendí por ti en el calvario? Es realmente inconveniente. Pero no tan inconveniente como le fue a Cristo bajar y ser humano. Y no remotamente tan doloroso como los clavos que traspasaron sus pies y lanza que traspasó su costado.

¿Quien es tu amor inconveniente? La persona con la que una y otra vez justificas tu indiferencia y a la cual rechazas a favor de tu conveniencia.

Tristemente he desarrollado una lista a través de los años y en estos pasados días, Dios me ha convencido que esta mediocridad en amar es pecado.

Te pido Señor que muevas en mi una nueva apreciación por tu sacrificio el cual me impulse a amar a pesar de la dificultad y a pesar de mi cansancio. Que mis sonrisas sean genuinas y que mis abrazos estén llenos de sinceridad. Que a las personas que has puesto en mi camino las pueda siempre amar aunque sean una inconveniencia.

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Siendo Vulnerable Una Vez Más

Los invitas a tu casa, les abres tu corazón, oras por sus necesidades y hasta lloras por su dolor. Esto es la esencia de nuestra vida en el ministerio.

Las personas que Dios trae a nuestra vida sabemos que no son casualidad y por eso trabajamos arduamente para servirles sin descansar.

Pero de repente algo pasa…algo que no podemos explicar. Esas personas a las que diste tu vida toman otro rumbo y abandonan tu amistad.

¿Como olvidar el ser olvidado? ¿Como sufrir nuevamente tanta deslealtad? ¿Cómo abrir nuestro corazón a ministrar a aquellos que nos pueden lastimar?

Pero Cristo entiende nuestro desvelo, el mismo fue traicionado por quien clamaba ser su amigo sincero y con todo y eso nos exhorta a que los amemos.

El ministerio nos enfrenta con nuevas relaciones en las cuales debemos de entregar todo nuestro ser…aunque vayamos a ser lastimados lo hacemos una o otra vez. No podemos ministrar a quién no amamos. Y no podemos amar si ponemos barreras de restricción. Día a día nos hacemos vulnerable para así servir a quien primero por nosotros se entregó.

«Nosotros amamos, porque El nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de El: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.» (1 Juan 4:19-21 LBLA)

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